«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

sábado, 31 de enero de 2015

Immanuel Kant y la deuda pública

«Estar en deuda», «deber algo a alguien», «no deber nada a nadie»… La deuda es un fenómeno milenario, que antes que jurídico fue antropológico, psicológico y sociológico, como ha mostrado David Graeber en «Debt. The first 5,000 years» (Melville House, 2012).

Según ya hemos escrito con anterioridad a propósito de la dependencia de los Estados del recurrente «chute de liquidez» suministrado por los mercados, pero con validez para todos los deudores y formas de deuda, «[…] qué duda cabe de que la relación entre acreedor y deudor es claramente de jerarquía, de subordinación de este a aquel, tanto desde un punto de vista jurídico como psicológico, verificable con la mayor precisión si se pudieran conocer las garantías con las que cuenta el acreedor en el supuesto de impago o incumplimiento del deudor. Llegados a ese punto de deterioro en la relación acreedor-deudor, los límites entre el interés financiero y el no financiero se difuminan, en menoscabo del primero y revitalización del segundo».

Por cierto, Graeber, en el último capítulo de su libro, explica que es tradición milenaria de China regar con obsequios y privilegios a los Estados de su periferia a los que subyuga y considera inferiores, sugiriendo que quizá sea esta una de las razones que justifica la creciente financiación china vía suscripción de deuda emitida por los Estados Unidos, a los que verían más como súbditos que como pares.

Para comprender una crisis de deuda soberana, en curso desde 2010, como la griega, no viene mal traer a colación lo dicho por Immanuel Kant, el gran filósofo germano nacido en Königsberg, en su opúsculo «Hacia la paz perpetua» (1795):

«NO DEBE EMITIRSE DEUDA PÚBLICA EN RELACIÓN CON LOS ASUNTOS DE POLÍTICA EXTERIOR.

Esta fuente de financiación no es sospechosa para buscar, dentro o fuera del Estado, un fomento de la economía (mejora de los caminos, nuevas colonizaciones, creación de depósitos para los años malos, etcétera). Pero un sistema de crédito, como instrumento en manos de las potencias en su lucha entre ellas, que puede crecer indefinidamente y que permite, sin embargo, exigir en el momento presente (pues seguramente no todos los acreedores lo harán a la vez) las deudas garantizadas (la ingeniosa invención de un pueblo de comerciantes de este siglo) es un poder económico peligroso, porque es un tesoro para la guerra que supera a los tesoros de todos los demás Estados en conjunto y que solo puede agotarse por la caída de los precios (que se mantendrán, sin embargo, largo tiempo gracias a la revitalización del comercio por los efectos que este tiene sobre la industria y la riqueza). Esta facilidad para hacer la guerra unida a la tendencia de los detentadores del poder, que parece inherente a la naturaleza humana, es, por tanto, un gran obstáculo para la paz perpetua; para prohibir esto debía existir, con mayor razón, un artículo preliminar, porque al final la inevitable bancarrota del Estado implicará a algunos otros Estados sin culpa, lo que constituirá una lesión pública de estos últimos. En ese caso, otros Estados, al menos, tienen derecho a aliarse contra semejante Estado y sus pretensiones».

Sin embargo, a veces la Historia permite a los deudores gozar de una posición de negociación extraordinaria en comparación con su debilidad real.

Un ejemplo preocupante de externalidad negativa: los gases con efecto invernadero

(Publicado en Extoikos, diciembre de 2014)

En este artículo, partiendo del centenario debate sobre los límites del crecimiento económico, particularmente intenso a partir del último cuarto del siglo XX, se analiza el problema de las externalidades negativas, a la luz, en concreto, de las emisiones de gases con efecto invernadero, que parecen tener en jaque a la humanidad en su conjunto si no se toman con celeridad medidas que atajen sus consecuencias. Las posibles medidas no pueden consistir, sin más, en la paralización de la actividad industrial, ni pueden llevarse a cabo súbitamente. Su impacto puede afectar desigualmente a las naciones más viejas y a las emergentes, lo que abre una puerta, alarmante, a criterios políticos y de oportunidad.

Más en Extoikos.

Un sistema financiero con corazón

Cuando en España, incluso en Europa, se abre algún debate financiero, en los Estados Unidos ya están de vuelta. Un ejemplo lo tenemos con la compra de deuda pública por el Banco Central Europeo, que comenzará, previsiblemente, en 2015, o con la devolución de los bonus indebidos percibidos por algunos banqueros.

Otra discusión de moda es la de la nueva cultura del sistema financiero. Sin embargo, si comparamos la reflexión de nuestros banqueros y supervisores con la de los norteamericanos, nos queda la impresión de superficialidad por parte de los primeros y la de que están a bastante distancia de estos últimos.

Como inciso, particularmente sangrante es el lenguaje que en general emplea el Banco de España para comunicarse, críptico y alejado de la comprensión por el ciudadano común. Por ejemplo, con una terminología, a veces, ciertamente mariana, el Gobernador de nuestro banco central ha afirmado en enero de 2015 que «las previsiones disponibles no se alejan del riesgo de que se mantenga [la inflación] en valores demasiado bajos por demasiado tiempo». O sea, que lo precios no subirán.

Por ello, gusta leer las opiniones de los representantes de la Reserva Federal, por el fondo y por sus formas. En este caso, Thomas C. Baxter, vicepresidente ejecutivo y consejero general de la Reserva Federal de Nueva York, pronunció en el Banco de Inglaterra, también en enero de 2015, un discurso sobre las recompensas para las entidades financieras de basar su actividad en una cultura ética, a lo que nos referimos en los siguientes párrafos.

Para Baxter, la imposición de sanciones (por la manipulación del Líbor, por las malas prácticas en la venta de instrumentos financieros, etcétera) son esencialmente retrospectivas cuando lo más positivo para el interés general sería tomar medidas proyectadas hacia el futuro, complementarias de estas otras.

En un impulso de sinceridad, cree que la nueva cultura ética debe eliminar parte de las malas conductas, pues, de lo contrario, la ambición de la perfección podría ser enemiga del progreso («we cannot let the goal of perfection become the enemy of progress»). La perfección, probablemente, no sea realista, asevera. Por ello, el reforzamiento de la cultura ética en la prestación de los servicios financieros debería reducir el volumen de «mal comportamiento» que hemos presenciado en estos años, huyendo de la búsqueda de su cercenación total, que es de improbable consecución.
 
¿Cuáles son los componentes de una fuerte cultura ética?, se pregunta. Habrá que estar al tipo de organización, a las personas y a la naturaleza de las habilidades necesarias para conducir la entidad.

Para empezar, hay que atender a los incentivos. Según  Baxter, y esto vale tanto para los banqueros como para los abogados, se busca hacer trabajo de calidad, con gente a la que se respeta y a cambio de un justo reconocimiento, que puede consistir en la remuneración o en la promoción.

Los empleados tomarán como referencia las acciones de los administradores y directivos, y no meramente sus peroratas («the songs they sing»). Lo peor será que las acciones no concuerden con las palabras, pues los empleados sentirán que trabajan para una empresa carente de integridad.
 
Los códigos de conducta pueden ser útiles para aglutinar los grandes valores de cada entidad financiera, y, en la medida de lo posible, no deben ser difíciles de entender ni tediosos. Estos valores codificados deben reflejar la función pública desempeñada por los bancos como intermediarios financieros y los privilegios inherentes a su estatuto.
 
En cuanto al cliente, no debe ser visto como una «oportunidad de negocio», sino como alguien a quien servir, al que, a cambio, se le puede cobrar, legítimamente, una comisión. Ver al cliente como una contraparte de la que extraer beneficio no es compatible con una cultura ética fuerte. Obviamente, un banco no rentable está destinado a la ruina, pero, más allá de esta obviedad, el fin del banco debe ser proveer un servicio de calidad a sus clientes y cumplir su función pública de intermediación financiera.

Para conseguir este delicado equilibrio, cada entidad debe reclutar a las mejores mentes, pero también a los mejores corazones. Las personas que buscan conseguir un bonus y ser contratados por otra empresa no encajan en este perfil. Por ello, los bonus se deben diferir en el tiempo, para evitar el cortoplacismo.
 
Cuando los bancos atraigan al personal mejor y más brillante, suficientemente retribuido, que entienda que el banco es el lugar donde construir una carrera ofreciendo a la clientela un servicio de calidad, en un entorno de respeto, se habrá dado un enorme paso adelante para consolidar la estabilidad financiera.
 
Aunque el punto más débil de la argumentación de Baxter, que ni siquiera se sugiere, es cómo proteger ante la propia empresa al empleado (por ejemplo, al compelido a vender preferentes a clientes no expertos para que se cumplan los objetivos comerciales o «estratégicos» de la entidad), estamos de acuerdo, en general, con sus reflexiones.