«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

lunes, 24 de agosto de 2015

Una “pequeña” multa de 19 millones de euros impuesta por la UE al Reino de España


Con la llegada de las vacaciones de verano, de cuyo sopor, afortunadamente, ya empezamos a salir, apenas se ha comentado la Decisión (UE) 2015/1289, del Consejo, de 13 de julio de 2015, por la que se impone una multa a España debido a la manipulación de los datos de déficit en la Comunidad Valenciana (DOUE de 28 de julio de 2015).

Esta Comunidad carece de subjetividad jurídica internacional, por lo que la sanción se impone, como es natural, al Estado español, sin perjuicio de que, conforme al Real Decreto 515/2013, de 5 de julio, el importe de la sanción se pueda repercutir, internamente, al responsable último de la misma (pero qué más da, pues algún paisano, ajeno a las conductas dolosas o negligentes de la Administración Pública infractora, tendrá que sacudir el bolsillo para, mancomunadamente con otros, poner sobre la mesa los 19 millones de euros).

La Decisión ocupa poco más de dos páginas del DOUE, pero merece nuestra atención.

El 11 de julio de 2014 la Comisión abrió una investigación que ha conducido a la Decisión del Consejo en justo 12 meses, lo que, en función de los plazos a los que estamos habituados, no está nada mal, y eso que hay un Estado de por medio, nada de simples particulares o empresas. 

En febrero de 2015 se dio audiencia a España, que emitió sus alegaciones dentro de plazo. La Comisión adoptó su informe en mayo de 2015, teniendo en cuenta las alegaciones de España.

La norma clave infringida es el Reglamento (UE) 1173/2011, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de noviembre de 2011, sobre la ejecución efectiva de la supervisión presupuestaria en la zona de euro (se trata de una de las disposiciones que conforman el conocido como “six pack”). A su vez, este Reglamento se desarrolla por la Decisión Delegada 2012/678/UE, de la Comisión, de 29 de junio de 2012, relativa a las investigaciones y las multas relacionadas con la manipulación de las estadísticas.

La expresa mención a “manipulación” en este marco normativo ya comienza a ponernos en guardia, dada la comisión de la presunta conducta, nada menos, que por una Administración Pública española.

De la Decisión resulta lo siguiente:

Según el TFUE, los Estados miembros no pueden incurrir en déficits públicos excesivos, razón por la cual los datos de déficit público y de deuda pública constituyen un elemento esencial para la coordinación de la políticas económicas en la UE. Precisamente, fue en 2011, año de la revisión del marco jurídico europeo, cuando se reformó el artículo 135 de nuestra Constitución, en pleno mes de agosto, para salvaguardar la estabilidad presupuestaria, la sostenibilidad de las finanzas públicas y tranquilizar a los tenedores de deuda pública española.

Según el Considerando 2 de la Decisión, en general, para evitar la tergiversación intencional o debida a negligencia grave de los datos sobre la deuda y el déficit públicos, el Consejo, sobre la base de la recomendación emitida por la Comisión, puede imponer una multa al Estado miembro responsable. 

Es decir, llegados a este punto, comenzando la historia por el final, ya sabemos que la Comunidad Autónoma Valenciana bien actuó con “intención de manipular”, bien con “negligencia grave”. Si lo primero nos parece aberrante, lo segundo se nos figura como inaceptable en tiempos de estrechez. También es cierto, y no se puede desconocer, que en muchas ocasiones existen dudas interpretativas razonables, por lo que deslizarse en el terreno de la “ilegalidad” puede ser una cuestión de matiz o hasta de mala suerte. En cualquier caso, no creemos que el Consejo, como órgano eminentemente político que es, actúe como estricto cancerbero y guardián del acervo comunitario, aunque, para salvar este elemento, la Comisión se debe pronunciar con carácter previo. En suma, deberíamos tener, y no lo tenemos, un conocimiento mucho más profundo del asunto para poder manifestarnos a estos efectos.

Como vimos anteriormente, la Comisión emitió su informe el 7 de mayo de 2015. La Comisión concluye que la Intervención General de la Comunidad Valenciana incurrió en “negligencia grave” por la ausencia de registro de gastos sanitarios y el incumplimiento del principio de devengo en las cuentas nacionales, lo que causó una notificación incorrecta de los datos de déficit público de España a la Comisión en marzo de 2012 (es decir, antes del rescate del sistema financiero, que acaeció en julio de 2012). “Es apropiado concluir que se produjo una tergiversación de los datos de déficit debido a una negligencia grave cuando España transmitió cifras incorrectas a Eurostat en marzo de 2012”, zanja la Comisión.

Ya que la tergiversación no tuvo un impacto significativo en el funcionamiento de la gobernanza económica reforzada de la UE y las cifras correctas se notificaron poco después, lo que permitió revisar los datos dentro del mismo 2012, la cuantía de la multa, según la Comisión, se puede reducir (Considerando 8 de la Decisión). Además, merced a que las autoridades españolas han mostrado “un alto grado de cooperación en el transcurso de la investigación” (Considerando 12) (no podíamos esperar menos…), esta circunstancia también aconseja una sanción atenuada.

Todo esto conduce a la imposición de una multa a España de “solo” 18,93 millones de euros.

Desconocemos la suerte que han corrido los funcionarios, o las personas ligadas con la Administración Pública responsable por cualquier otro vínculo, que han cometido la negligencia grave que ha dado lugar a la imposición de esta millonaria sanción.  

Sí tenemos, en cambio, tres certezas: primero, que la UE actúa dentro de sus estrechos, pero crecientes, márgenes de actuación, por lo que nada hay que reprocharle; segundo, que las cosas sólo parecen ocurrir en nuestro país cuando Europa toma cartas en los asuntos; y tercero, que ciudadanos anónimos, que seguramente ni siquiera conozcan la existencia de esta sanción, asumirán, en último término, su pago.

lunes, 10 de agosto de 2015

Yanis Varoufakis y “El minotauro global” (II de II)

En la primera parte de este post presentamos al controvertido Yanis Varoufakis y las líneas rectoras de su libro “El minotauro global”.

Para este segunda parte dejamos pendientes de desarrollo las referencias al pretendido plan global y al mecanismo global de reciclaje de excedentes (en este último caso, en su configuración ideal y en la fáctica).

De la Segunda Guerra Mundial salieron unos Estados Unidos convertidos en la mayor potencia acreedora mundial, que impuso una moneda global (el dólar) y un centro financiero para la materialización de los intercambios comerciales (Wall Street).

Los partidarios del New Deal, que guiaban los designios del país desde 1932, liderados por Roosevelt, “se dieron cuenta de que la historia les había regalado una extraordinaria oportunidad: erigir un orden global de posguerra que forjara la hegemonía americana en acero inoxidable”. 

Así, se llegó a 1944 y al hotel Mount Washington, en la ciudad de Bretton Woods (New Hampshire). La guerra no estaba concluida, pero la suerte de las partes en liza sí estaba decidida, lo que habilitada para ir dando forma al futuro inmediato. Se discutió cuál sería el marco institucional monetario y financiero de la nueva época, lo que despertó enconadas discusiones entre los delegados de las dos potencias aliadas, por parte de los Estados Unidos, H.D. White, y, por la de Reino Unido, J.M. Keynes. 

Varoufakis refiere, a propósito de las arduas negociaciones, unas palabras de Keynes: “Hemos tenido que ejecutar a una y al mismo tiempo las tareas propias del economista, del financiero, del político, del periodista, del propagandista, del abogado, del estadista… incluso, creo, del profeta y del adivino”.

Keynes llegó a proponer la creación de una “unión monetaria internacional”, una única moneda (el “bancor”) con su propio banco central e instituciones. Esta unión  garantizaría a cada país una línea de crédito, sin interés, y el acceso a préstamos a tipo de interés fijo, por lo que los países deficitarios podrían estimular la demanda interna sin tener que devaluar la moneda. Además, los países con excedentes comerciales excesivos serían penalizados con el pago de un interés, lo que llevaría aparejado que su moneda se revalorizase. Estas penalizaciones se canalizarían hacia los países deficitarios a través de préstamos. Así, no se experimentarían las dificultades que se originan cuando economías dispares están vinculadas monetariamente. Esta tesis, reivindicada en tiempos recientes por Strauss-Kahn, antes de su caída en desgracia, no prosperó, sobre todo por la negativa norteamericana, país que disponía, al parecer, de su propio plan global, como enseguida veremos. 

El problema, en general, de las uniones monetarias y de los Estados federados, implica que los flujos de comercio y de capital pueden permanecer “sistemáticamente desequilibrados durante décadas, cuando no siglos”, y, “pase lo que pase, algunas regiones de un país […] siempre presentarán un superávit en sus operaciones comerciales con otras regiones”. 

Se deben establecer mecanismos para la compensación de estos desequilibrios. Si cada país o región tiene su propia moneda, los desequilibrios se amortiguan con los tipos de cambio, por medio de devaluaciones por lo habitual. Cuanto la moneda de una región económica es la misma, es necesario “algún mecanismo para reciclar los excedentes de las regiones excedentarias […] hacia las regiones deficitarias”, vía transferencias, o, mucho mejor, “en forma de inversiones productivas y rentables en las regiones deficitarias” (esta es la clave, por ejemplo, del éxito de los Estados Unidos y del fracaso de la Unión Europea: la existencia, en el primer caso, y la ausencia, en el segundo, de mecanismos compensatorios). 

Las inaceptadas tesis de Keynes perseguían el establecimiento de un mecanismo de compensación global que sirviera para reciclar los excedentes de unos países en relación con otros, pues una pequeña grieta en un sistema mal concebido se podría abrir bajo los pies de los participantes en el mismo y hundirlos hasta las simas del abismo, con desastrosas consecuencias, en un círculo vicioso de deuda, deflación y derrumbe de la demanda. 

El sistema de tipos de cambio vinculados al dólar dentro de una limitada franja, que finalmente fue el modelo que se impuso, no sería lo bastante sólido par vencer estas tensiones, como mostraron los hechos de 1971. Opina Varoufakis que la bestia, el minotauro global, puso fin a este entramado y fue liberada en dicho año, cuando desapareció el conocido como “sistema Bretton Woods” de tipos de cambio, erigido en torno al dólar y a la conversión a demanda del dólar en oro conforme a un tipo fijo (35 dólares por onza de oro).

En esos días de reuniones en Bretton Woods vieron la luz el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, este último más conocido, simplemente, como el Banco Mundial. El Fondo Monetario Internacional socorrería a los países con desequilibrios fiscales, facilitando préstamos sujetos a estricta condicionalidad (lo que, apostillamos, nos suena, dado que esta fue la medicina aplicada a España en 2012 en virtud del Memorando de Entendimiento suscrito por el Gobierno con la troika para el rescate del sistema financiero), y el Banco Mundial actuaría como banco de inversión internacional, para canalizar inversiones productivas hacia países devastados por la guerra.

Y a la par que se consolidó este nuevo orden y estas nuevas instituciones, se forjó, si creemos a Varoufakis, el plan global, ideado por James Forrestal (Secretario de Defensa), James Byrnes (Secretario de Estado), George Kennan (director del equipo de planificación política del Departamento de Estado) y Dean Acheson (quien participó activamente en los acuerdos de Bretton Woods y en el Plan Marshall, por ejemplo): “los Estados Unidos exportarían bienes y capital a Europa y Japón a cambio de inversiones directas y clientelismo político, una hegemonía basada en la financiación directa de centros capitalistas extranjeros a cambio de un excedente comercial americano para ellos”.  

Como subsistemas de este entramado, eran necesarias dos economías que sirvieran de complemento a la norteamericana. Estas dos economías serían las de las dos potencias del Eje que habían sido derrotadas y destruidas en su práctica totalidad: Alemania y Japón. Gran Bretaña, el aliado de los Estados Unidos, quedaba relegada a un plano secundario.

Pero, ¿por qué Alemania y Japón? “Ambos países se habían vuelto dignos de confianza (gracias a la abrumadora presencia del ejército estadounidense); ambos contaban con sólidas bases industriales, y ambos ofrecían una mano de obra altamente especializada y un pueblo que abrazaría la oportunidad de levantarse, cual fénix, de las cenizas. Es más, ambos ofrecían considerables beneficios geoestratégicos con respecto a la Unión Soviética”, zanja Varoufakis. 

Fue necesario, previamente, vencer algunas resistencias iniciales en los Estados Unidos, pero el comienzo de la Guerra Fría confirmó la elección de estos dos países y el correlativo apoyo que les habría de llegar: “nunca antes en la historia un vencedor había apoyado a sociedades derrotadas por él poco antes para aumentar su propio poder a largo plazo, convirtiéndolas, en el proceso, en gigantes económicos”.

Así, el 5 de junio de 1947, George Marshall, Secretario de Estado de Truman, pronunció, en Harvard, el discurso que se toma como origen del plan homónimo. Es discutible, pero, para Varoufakis, “la idea central del Plan Marshall [la piedra angular del plan global] era, sencillamente, salvar el capitalismo global de una crisis futura como la de 1929”. 

El Plan Marshall, que se ofreció a la Unión Soviética pero esta rechazó, permitió “la estabilización política y la creación de una demanda sostenible de productos manufacturados, europeos y americanos”. 

En 1948 se estableció la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), germen de la que más tarde sería la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). También es rechazable, o, al menos, objeto de seria discusión que, como afirma abiertamente Varoufakis, las Comunidades Europeas (hoy día, la Unión Europea) también sean hijas del plan global, sobre todo la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA): “la realidad es que la integración europea fue una grandiosa idea americana ejecutada por las altas esferas de la diplomacia americana”. 

En otro giro polémico, Varoufakis afirma que los Estados Unidos asumieron una posición agresiva frente a los movimientos de liberación  del Tercer Mundo y el proceso de descolonización, alentando el derrocamiento de gobiernos legítimos y prestando soporte a regímenes autoritarios, todo esto en función de su propio interés. 

En este pretendido proceso, las multinacionales norteamericanas obtuvieron importantes réditos, en un ciclo que acercó a “administradores, financieros y capitanes de la industria”. En todo este entramado habría jugado un papel de peso el denominado “complejo militar-industrial”. 

En retrospectiva, concluye Varoufakis, el plan global fue un éxito, pues el mundo experimentó, durante varias décadas, un período de “crecimiento legendario”.

Sin embargo, el plan global pereció, precisamente, por carecer de un mecanismo objetivo que sirviera para el reciclaje de los excedentes globales, como propuso Keynes, sin éxito, en 1944.

El comienzo del declive se inició con la Guerra de Vietnam y sus formidables costes éticos, políticos y económicos para los Estados Unidos. Los costes de dicha guerra y del programa social de Lyndon Johnson (la “Gran Sociedad”), provocaron que se disparara la deuda pública. La convertibilidad dólar-oro comenzó a erosionarse, dada la inundación mundial de dólares. En consecuencia, “cuando América se convirtió en una nación deficitaria, el plan global no pudo evitar entrar en una salvaje caída en picado”.

Aquí aparece en escena Paul Volcker, en la época de Nixon, que lo nombró, en 1970, subsecretario del tesoro para asuntos monetarios internacionales, con la tarea de informar al Consejo de Seguridad Nacional, encabezado por Henry Kissinger. Al parecer, Volcker ya propuso en 1971 la suspensión de la convertibilidad. En el verano de 1971, Francia y Reino Unido trataron de transformar dólares en oro. Nixon decretó, el 15 de agosto de 1971, el fin de la convertibilidad. Así, interpreta Varoufakis, “se desmoronó el plan global”, pero con mayor daño para Europa y para Japón que para la potencia norteamericana.

De la defunción del plan global surgió la dominación de la bestia, la era del minotauro global. 

Las extremas tensiones geopolíticas en torno a Israel en los años 70 del siglo XX y la creación en esta década de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, provocaron la subida del precio del barril de crudo. En paralelo, se dispararon los precios de otras materias primas. En los países industrializados se desbocaron la inflación y el desempleo (de esas fechas datan nuestros Pactos de la Moncloa, en pleno cambio político).

Varoufakis regresa a las explicaciones heterodoxas y considera que detrás de la subida de los precios petróleo estaban, como alentadores, los Estados Unidos y sus aliados (Irán, Indonesia, Venezuela). A los norteamericanos, siempre que el crudo se negociara en dólares, parece que no les importaba demasiado que los precios subieran. 

Esta estrategia se habría reforzado con la reducción de los costes laborales y el incremento de la competitividad, es decir, con una fórmula adecuada para recibir inversión exterior. 

Los excedentes de “petrodólares”, acompañados de una política de tipos de interés elevados (Volcker, ahora como presidente de la Reserva Federal, los alzó en 1981 al 21,5%, con el efecto colateral de la práctica reducción de la inflación), permitió que afloraran grandes cantidades de dólares en los Estados Unidos a través de las tuberías conducentes a Wall Street. 

Si el daño fue más o menos bien encajado por los norteamericanos, los japoneses y los europeos lo pasaron mucho peor, al carecer de petróleo y de margen de maniobra.

De esta forma, se pudo seguir alimentando el déficit gemelo norteamericano, a costa de alimentar a la bestia.
Los Estados Unidos se percataron del fin de ciclo, y decidieron sacar el máximo partido antes del derrumbe final del plan global. Los norteamericanos optaron “por lanzar a la economía mundial hacia un flujo caótico, pero extrañamente controlado, hacia el laberinto del minotauro global”.

El tributo rendido al Minotauro mitológico se ofrecía por la fuerza, pero la afluencia de capital dirigido hacia los Estados Unidos se originó de forma voluntaria. Varoufakis lo explica gracias a los conocidos como “cuatro carismas del minotauro” y su insuperable “vis atractiva”:

Carisma uno: condición de moneda de reserva del dólar. Ante situaciones de crisis, los capitales, contradictoriamente, fluyeron hacia los Estados Unidos. Además, las materias primas se pagaban, aunque no intervinieran empresas de los Estados Unidos, en dólares.

Carisma dos: costes energéticos crecientes. Como se mencionó anteriormente, el incremento del precio del crudo no fue tan perjudicial para los Estados Unidos. Además, los ingresos derivados de la búsqueda de alternativas energéticas por otros países como Alemania o Japón se reinvirtieron en o con la participación de Wall Street.

Carisma tres: mano de obra productiva y abaratada. Se produjo el inicio de una tendencia que no nos es desconocida, consistente en la limitación de los salarios reales y el incremento de la productividad, lo que provocó que se dispararan los beneficios corporativos.

Carisma cuatro: poder geopolítico. El poder geopolítico y militar americano sirvió de envolvente a los anteriores tres carismas.

La afluencia de capital, incentivada por los cuatro carismas, “alimentó los déficits estadounidenses hasta tal punto que pronto comenzaron a parecerse a una bestia mitológica, a un minotauro global de cuya presencia se hizo dependiente la economía de los Estados Unidos y cuya afluencia se extendió rápidamente a todas las regiones del globo”. 

“Los cuidadores del minotauro (estrategas como Henry Kissinger y Paul Volcker) tenían que intentar gobernar mediante el desequilibrio; dominar mediante la desestabilización; imponerse mediante la confusión. Estas maniobras desestabilizadoras, que amenazaban con socavar el orden internacional, eran contrarrestadas por el aspecto más intrigante del minotauro: el hecho de que funcionaba exactamente igual que un mecanismo global de reciclaje de excedentes, un extraño, peculiarísimo y terriblemente ingobernable mecanismo global de reciclaje de excedentes; pero mecanismo global de reciclaje de excedentes, al fin y al cabo. De hecho, funcionaba precisamente al contrario de cómo había funcionado el mecanismo global de reciclaje de excedentes original durante el plan global. Bajo el mecanismo global de reciclaje de excedentes del plan global, los Estados Unidos eran un país que acumulaba excedentes con el prudente propósito de reciclar parte de ellos en Europa occidental y Japón, creando así la demanda para sus propias exportaciones y además para las exportaciones de sus protegidos (principalmente Alemania y Japón). En marcado contraste, el minotauro global funcionaba al revés: América absorbía el capital excedentario de otros, que luego reciclaba comprando sus exportaciones”.

La llegada de la crisis de 2008, con todas sus derivaciones, tras la llamada “Gran Moderación”, era la lógica consecuencia del inestable reinado del minotauro global, que entonces llegó a su fin: con el crash “el minotauro quedó herido en su laberinto, demasiado enfermo para seguir consumiendo suficientes excedentes de Europa, Japón, China y el Sudeste Asiático para evitar que sus economías se estancasen”. 

El tiempo dirá quién sucede al caído minotauro, en un proceso en que se habrán de superar riesgos reales y potencialmente letales (“si el período anterior a 2008 era insostenible, el período posterior a 2008 está repleto de tensiones que amenazan a las generaciones futuras con un tumulto que la mente no alcanza siquiera a imaginar”).

Es resumen, esta es la tesis de Varoufakis, que desde luego es atrevida, a veces quizás en exceso. A pesar de todo, hay reflexiones que nos parecen muy sugerentes, del pasado, del presente y de los futuros posibles (aún son varios, afortunadamente, los posibles futuros, lo que da algo de margen para decidir) de índole no sólo económica y financiera, sino también política y de poder puro.

A cada lector le incumbe alcanzar sus propias conclusiones, aunque, sorprendentemente, la del mismo Varoufakis es que en la nueva época posterior al minotauro global “América debe seguir liderando”.

lunes, 3 de agosto de 2015

Yanis Varoufakis y “El minotauro global” (I de II)

Yanis Varoufakis ha pasado de ser conocido, únicamente, en ámbitos académicos, a ser internacionalmente célebre, tras su fugaz tránsito por el Ministerio de Finanzas heleno. Pocos personajes han despertado tantas adhesiones y rechazos, y tan intensos, como él. Por ejemplo, Anatole Kaletsky, en un reciente artículo (“Why the Greek deal will work”) se refiere a su “provocativa arrogancia”. Antes de ser ministro ya se hizo popular en su país como comentarista de la crisis griega en los medios de comunicación. Ahora es mundialmente conocido (si vale para algo el dato, es seguido en Twitter por 616.000 “followers”).

Desde luego, con su apariencia poco ortodoxa, sus desplazamientos de trabajo en una moto de gran cilindrada, o sentado, durante un debate, en un escalón del parlamento griego con una lata de refresco en la mano (podría ser que de esa multinacional de cola norteamericana que, presumimos, tanto debería detestar), no encaja en el perfil que tenemos en mente de un ministro de finanzas al uso.

En el año 2012 escribió la segunda edición del libro de divulgación “El minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial”, que ha sido publicado en español, en junio de 2015, por la editorial Debolsillo (que, nos permitimos añadir, al margen de las justificadas urgencias editoriales, podría haber cuidado algo más la traducción y el estilo). Tal es el peso que ha ganado Varoufakis últimamente, que en la portada de esta edición en español, a diferencia de en otras anteriores, en las que figura un minotauro yuppie, con traje, corbata y maletín, una foto suya ocupa este destacado espacio.

“El minotauro global” tiene su origen en otra obra, más técnica y académica, titulada “Modern Political Economics”, de Varoufakis, Halevi y Theocarakis.

Quien se acerque a la obra buscando respuestas a la crisis griega encontrará mucho más, pues esta crisis, incluso la europea, no son sino eslabones de la del orden mundial establecido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, con su primera puesta en entredicho en los años setenta del siglo XX, en torno a los Estados Unidos y sus aliados (con exclusión, obviamente, de la URSS y los Estados ocupados que recuperaron su soberanía tras los trascendentales –y no del todo explicados– hechos de 1989 y los años siguientes). 

La obra puede suscitar el rechazo o la aceptación, como su autor, pero al margen de su valoración, que corresponde a cada lector, sí merecen ser destacados algunos argumentos más o menos originales, que pueden aportar claves para la interpretación de la compleja realidad del siglo XXI. Desde luego, algunas tesis conspiratorias, como que Estados Unidos ha urdido un plan de dominio mundial, o que la crisis europea ha sido orquestada o aprovechada, a conciencia, por Alemania, no nos parecen muy presentables, como tampoco la exoneración de culpas o lo liviano de las críticas a las economías particularmente sobre-endeudadas, como la española o, sobre todo, la griega.

Cabe señalar, igualmente, antes de exponer las líneas maestras de “El minotauro global”, que algunos de los argumentos de Varoufakis han sido superados por la realidad, como, por ejemplo, la puesta en marcha de la Unión Bancaria en Europa (del Mecanismo Único de Supervisión y del Mecanismo Único de Resolución, más en concreto). Ciertamente, esta segunda edición de 2012, escrita antes del transcurso de dos años contados desde el lanzamiento de la primera, incorpora unos capítulos finales para someter la tesis principal al “test de falsación popperiano”, que, en opinión del propio autor, se supera ampliamente.

El inconveniente es que, desde 2012, el mundo ha continuado transformándose de forma mareante (el fin de la expansión cuantitativa en los Estados Unidos, la puesta en funcionamiento de la europea, el anuncio y la validación jurídica por el TJUE de las OMT, el rescate del sistema financiero español, la Primavera Árabe, el surgimiento del Estado Islámico, la crisis de Ucrania, la crisis de deuda argentina de 2014, el comienzo de la supervisión bancaria en la eurozona por el BCE, la normalización de las relaciones Estados Unidos-Cuba, la creación de los bancos de inversión chino y de los BRIC, el acuerdo nuclear con Irán, la ralentización económica asiática, las tendencias centrífugas en la UE, la crisis griega de julio de 2015, la crisis bursátil china de verano de 2015, etcétera, etcétera). 

Sería conveniente, por ello, conocer si Varoufakis ha vuelto a someter a “pruebas de resistencia” los argumentos relacionados con el minotauro, lo cual no hemos podido verificar. Pero da igual, pues la base de sus ideas se mantiene incólume, más allá de su acierto o no, y de las consecuencias que de las mismas se puedan desprender, en cuyo caso nos habríamos de adentrar, de cualquier modo, en un terreno resbaladizo por definición.

Los argumentos económicos y financieros comparten terreno, en este libro, con los puramente políticos, que son lo que verdaderamente, para el autor, han marcado el desarrollo de los acontecimientos de los años más recientes. Su estudio, en sí, no implica más que aplicar un análisis imperialista global, con sus ramificaciones y subsistemas regionales, en el que los flujos comerciales, económicos, monetarios y financieros se mueven, como es natural, desde la periferia hacia el centro del sistema. Esto no es nuevo, y ya fue advertido, por ejemplo, por Lenin en “El imperialismo, fase superior del capitalismo” (se puede profundizar en nuestro artículo “Un nuevo orden internacional político y económico para el siglo XXI”, Extoikos, nº 14, pág. 17). En este sentido, tanto da que en el centro pongamos a Roma, Constantinopla, Damasco, Moscú, Londres, Berlín, Nueva York o Pekín. Pero, añadimos, ¿estamos seguros de que es irrelevante cuál sea la ideología predominante del sistema?

Son clave, de un lado, el minotauro, lo que obliga, en primer lugar, a recurrir a la mitología griega, y, de otro, el mecanismo global de reciclaje de excedentes, lo que empuja a relacionar a personas tan distantes, en todos los sentidos, como Keynes y Strauss-Kahn. Pero no nos adelantemos, vayamos paso a paso… Sobre el supuesto“plan” de los Estados Unidos y el mecanismo global de reciclaje de excedentes trataremos en la segunda parte de este post.

La imagen por la que opta el autor, el símbolo que encarna su tesis, es el minotauro, por lo que hay que recurrir a la fuente mitológica para su recta comprensión. 

El rey Minos de Creta pidió un toro a Poseidón, como señal de aprobación, para su sacrificio en honor del dios. Tras su entrega, cautivado por su belleza, Minos perdonó la vida al toro. En represalia, los dioses castigaron a Minos permitiendo que la esposa de este, Pasífae, fuera poseída por el toro, de lo que resultó el engendro del Minotauro. Según fue creciendo el Minotauro, este se fue haciendo cada vez más incontrolable y violento, por lo que le rey Minos encargó al ingeniero Dédalo (el padre de Ícaro) la construcción de un laberinto donde recluirlo. La bestia se alimentaba de carne humana, por lo que Minos, para vengarse de Atenas, tras el asesinato de su hijo por el ateniense rey Egeo, tras vencer en el campo de batalla a los áticos, les impuso el deber de enviar siete muchachos y siete doncellas para servir de alimento, cada año (o cada nueve años, según otras versiones), al Minotauro. La historia concluye con la muerte del Minotauro a manos de Teseo, hijo del rey Egeo de Atenas, lo que permitió el fin de la hegemonía cretense y el amanecer de Atenas (en su regreso a Atenas, Teseo olvidó izar velas blancas, en señal de éxito, conforme a lo acordado con su padre, por lo que Egeo, al contemplar las velas de luto, que acarreaban la muerte de Teseo, se lanzó al mar desde un acantilado, dando así nombre a este mar).

La tragedia minoica no se puede desconectar del rapto de Europa, otro retazo mitológico relacionado con la tesis principal del libro, que entronca con uno de los dramas colaterales, el europeo. Europa era una bella princesa fenicia de la que Zeus se encaprichó. El dios se convirtió en toro blanco y la embaucó para que se subiera a sus lomos, pero antes de que ella pudiera reaccionar se lanzó al Egeo y la llevó hasta Creta. Como señala Varoufakis expresamente, Europa es la bisabuela del Minotauro. Antes de volver con Hera, su esposa, Zeus ofreció varios regalos a Europa, entre ellos Laelaps, un perro de caza que siempre capturaba a su presa. Generaciones más adelante, Laelaps fue encomendado para cazar a la zorra Teumesia, un animal concebido por los dioses para no ser capturado jamás. Se trataba, por tanto, de un reto imposible (¿cómo el de rebajar la deuda pública con medidas de austeridad?). Dado el estéril enfrentamiento, que jamás permitiría al primero atrapar a su presa, y a esta ser atrapada, Zeus se enfadó, convirtió a Laelaps y Teumesia en piedra y los arrojó al cielo nocturno.

El libro que comentamos tiene un punto de arranque bien sencillo: el hegemón resultante de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, consolidó su rol estelar, por primera vez en la Historia mundial, aumentando su déficit adrede. De este hecho resultó la financiarización de la economía global que vino a reforzar este “reinado” y plantaba las semillas de su futura ruina. Las crisis griega, española o italiana, decíamos, no son más que un síntoma en el cambio de tendencia general, de la herida de muerte del minotauro y del vacío de poder creado tras su pérdida de vigor, en tanto su lugar no sea ocupado por otro ser de parecidas características, como, por ejemplo, un dragón, incluso un aguila...

Varoufakis nos sumerge en su sugerente parábola con el crash de 2008 y la patente  insuficiencia de los patronos del barco para explicar las razones de la zozobra. Alude, por ejemplo, a la ingenua y razonable pregunta de la Reina Isabel de Inglaterra a los profesores de la London School of Economics en 2009: ¿por qué no lo vieron venir? Posiblemente, apunta Varoufakis, la acumulación de deuda, privada y pública, sin límite, y la creencia de que todos los riesgos estaban debidamente identificados y controlados (“riesgo sin riesgo”) explican el declive: “al creer que había diluido el riesgo con éxito, nuestro mundo financiarizado creaba tanto que fue consumido por él”. 

Posteriormente, señala otros elementos que coadyuvaron a que se desataran todos los males, en los cuales, al no añadir nuevos elementos a los ya conocidos, no nos vamos a detener, aunque los citamos: el neoliberalismo de Reagan y Thatcher, la designación de Alan Greensan como presidente de la Reserva Federal (y, previamente, de Paul Volcker, un verdadero actor principal en este drama, como veremos), el papel desempeñado por los organismos reguladores –y el rol cardinal de la norteamericana Ley Glass-Steagall en los años de la Gran Depresión– y por las agencias de calificación crediticia, los derivados, la innovación tecnológica y financiera, la codicia, las “prácticas casi criminales y con productos financieros que cualquier sociedad decente tendría que haber prohibido”, las primas de los banqueros de inversión, el origen americano de la crisis y su contagio a Europa…

En suma, cuanto más alto vuela el sistema capitalista, “más se aproxima al momento de su propia ruina, de forma muy parecida al mítico Ícaro. Después, tras el crash (y a diferencia de Ícaro), se levante del suelo, se sacude el polvo y vuelve a embarcarse en la misma ruta una y otra vez”.

En este punto entra en juego la famosa tesis de Varoufakis: el crash de 2008 se produjo cuando una bestia, el minotaruro global, fue gravemente herida. “Mientras dominaba el planeta, su puño de hierro fue implacable, su reinado atroz. Sin embargo, mientras conservó la salud, mantuvo la economía global en un estado de equilibrado desequilibrio. […] Hasta que no encontremos la manera de vivir sin la bestia, una incertidumbre radical, un estancamiento prolongado y la renovación de una inseguridad extrema estarán a la orden del día”. 

Pero, ¿qué es, realmente, el minotauro global? Varoufakis lo asocia con los crecientes “déficits gemelos” de los Estados Unidos, el presupuestario y el comercial, y los mecanismos de financiación de los mismos por el resto del mundo. Las economías más grandes del mundo (Alemania, Japón, más adelante, China) producían bienes en masa para el consumo norteamericano. Posteriormente, el 70%, aproximadamente, de los beneficios generados, se reinvertían en los propios Estados Unidos, a través de la transferencia de flujos monetarios a Wall Street, que los transformaba en inversiones directas, acciones, nuevos instrumentos financieros y préstamos (quedando, a cambio, un residuo de beneficios –“dinerillo”– para los banqueros). 

Lo visto a partir de 2008, incluida la financiarización de casi todos los aspectos de la vida de las personas, “son meros subproductos de los masivos flujos de capital necesarios para alimentar los dos déficits de Estados Unidos”. 

Todo esto se urdió (y regresamos a las tesis conspiratorias) merced a un “plan internacional” tejido en los años setenta del siglo XX, sobre las cenizas de una Europa y un continente asiático devastados por la guerra tres décadas antes. 

El parecido entre este mecanismo y el relato mitológico del minotauro es evidente, lo que permite identificar el orden mundial con el mito cretense: el papel de la bestia lo asumió el doble déficit americano, y, el del tributo, la forma de afluencia de productos y capitales desde la periferia hacia los Estados Unidos. 

A diferencia del minotauro, que fue asesinado por Teseo, el fin del minotauro global llegó de pronto, sin ataque alguno, al son de la caída del sistema bancario. “La nueva era se resiste tozudamente a mostrar su verdadero rostro. Hasta que lo haga, permaneceremos en el estado de aporía provocado por 2008”.