«Faber est suae quisque fortunae»

(Apio Claudio)

«Hinc tibi certandi bona parcendique uoluptas:

quos timuit superat, quos superauit amat»

(Rutilio Namaciano)

domingo, 21 de agosto de 2016

Auge y declive de los centros mercantiles y financieros: el caso de Medina del Campo

De Carlos Morales, C.J., El precio del dinero dinástico: endeudamiento y crisis financieras en la España de los Austrias, 1557-1647, vol. 1, Estudios de Historia Económica, nº 70, Banco de España, 2016, págs. 59 y 60.

«Al fin, durante 1583 llegaron las respuestas dadas al pedimento de 9 de abril del año anterior por diversos mercaderes, hombres de negocios y otras personas relacionadas con los tráfagos comerciales y financieros. Todos coincidían en que el futuro no pasaba por restricciones o imposiciones, sino por la libertad de contratación y el reconocimiento de la posición de Madrid como centro financiero. Así, Joan Xelder sugería que se mantuvieran las ferias de mayo y octubre de Medina del Campo y se hiciera una más «en Madrid o donde residiere la corte, porque de ordinario ha auido y ay y se entiende que avrá en la corte el mayor curso de negoçiantes y aun de caudales».

A la postre, la opinión determinante en el ánimo de Felipe II fue emitida en memorial el 19 de abril por Hernán López del Campo y Pedro Luis de Torregrosa, expertos en la materia, a la que se ajustó la real cédula firmada por Felipe II en Madrid el 7 de julio de 1583. Las ferias de mayo y octubre se dividieron en tres, sin prórrogas ni dilaciones, a celebrar entre el 1 de febrero y el 5 de marzo, el 1 de junio y el 3 de julio, y el 1 de octubre y el 3 de noviembre, para mayor correspondencia con Amberes, Lyon y Besanzón; los bancos que operaran en ellas y en la Corte deberían tener licencia del Consejo de Hacienda previo depósito de fianza, y estaban obligados a concurrir a Medina en los períodos señalados, así como los corredores de cambio; finalmente, se derogaban de forma explícita las órdenes de 1571 y 1578, y se permitían los giros y cambios exteriores para cualquier lugar de la Corona de Castilla, siempre y cuando no coincidieran con las fechas de celebración de las ferias medinenses; explícitamente, también parece que se derogaban las prohibiciones de cambios interiores de 1551-1557.

Hubo, entretanto, cambios en los circuitos financieros europeos. Tal y como hemos indicado, los asientos firmados desde 1578 excusaron las ferias de Medina del Campo como centro de pago y cambio y, correlativamente, durante la siguiente década se ampliaron dos mecanismos de transferencia de dinero que ya se habían empleado previamente: uno, en plata de contado llegada de las Indias o recaudada en Castilla, transportada por recuas de mulas hasta Cartagena, Alicante y Barcelona, desde donde pequeñas agrupaciones de galeras partían hacia Italia para al fin llevar el numerario al castillo de Milán; otro, con epicentro en las ferias de Besanzón, que en 1579 se habían desplazado a Piacenza, y que actuaba como centro de distribución y balance de las letras que se negociaban y se hacían efectivas en las diversas ferias y plazas de cambio europeas. Ambos procedimientos se complementaban: si el metal precioso tardaba unos cuatro meses en llegar de Sevilla a Flandes, las letras de cambio lo hacían en dos o tres semanas, y vencían generalmente a los treinta días. Así pues, a partir de 1583, en este circuito financiero los convenios contratados por Farnesio y efectuados en Amberes eran satisfechos con los fondos llegados al castillo de Milán o con las libranzas giradas sobre las ferias de Besanzon-Piacenza, respaldadas por un asiento avalado por la Hacienda Real de Castilla. En contrapartida, los asentistas, generalmente contratando en consorcios, exigían que la devolución en Castilla fuera casi tan inmediata como los adelantos que efectuaban.

La ausencia de la Tesorería General de las reuniones de Medina del Campo, pues desde 1578 renunció a efectuar sus pagos en sus ferias, así como el surgimiento de un nuevo centro de contratación, cambio y pago en la Corte madrileña, significó su declive como centro financiero, pero permitió que sus ferias recuperan su ritmo de contratación mercantil sin sobresaltos hasta finales de siglo; ciertamente, con un volumen de negocios bastante inferior, y cada vez más separadas de los circuitos internacionales. Sin embargo, durante la última década del siglo XVI las ferias de Medina del Campo iniciaron una etapa de decaimiento que se prolongó lentamente hasta su desaparición definitiva en la primera década del siglo XVIII. Trasladadas transitoriamente a Burgos entre 1601 y 1604, tras ser restablecidas en Medina, el ordenamiento ferial repartió la celebración de las sesiones en cuatro períodos de veinticinco días de los meses de marzo, junio, septiembre y diciembre. De este modo, se intentaba una mejor adaptación a la llegada de la flota de Indias y a la de los grandes cargamentos de lana, y también al calendario ferial de las plazas europeas. Pero estas medidas apenas consiguieron retardar su decadencia».

Especulando con juros en los siglos XVI y XVII

De Carlos Morales, C.J., El precio del dinero dinástico: endeudamiento y crisis financieras en la España de los Austrias, 1557-1647, vol. 1, Estudios de Historia Económica, nº 70, Banco de España, 2016, págs. 39 y 40.

«En relación con los crecimientos se efectuaban las mudanzas, que consistían en la facultad que se confería a un asentista para trasladar un principal de una renta, en la que el título sufría devaluación por las dificultades de cobranza, a otro cabimiento. Desde 1561 los hombres de negocios realizaron este tipo de operación para cambiar la rentabilidad y situación de los títulos que les habían dado en virtud del decreto de Toledo, situados sobre la Casa de la Contratación. Enseguida aprendieron que podían especular con la diferencia entre el valor real y el valor nominal de estos juros: así, entre las condiciones de los nuevos asientos, requerían como prima que la Hacienda Real les entregara títulos sobre las alcabalas u otras situaciones cuyo valor real y nominal coincidiera y que, a cambio, pudieran entregar juros de la Casa de Contratación, cuyo valor real era muy inferior al nominal, dada su devaluación. Desde entonces las mudanzas fueron constantes, como condición añadida en los asientos que se firmaron al menos hasta 1647.

Al mismo tiempo, por consiguiente, se llevaba a cabo el consumo de títulos. Esta última operación consistía en un privilegio para comprar títulos a sus poseedores, bien el principal o bien los intereses, que el banquero efectuaba al precio de mercado, que era inferior al nominal debido a la devaluación. A continuación, después lo transfería a la Real Hacienda para su «consumo», al precio nominal. Es decir, que se trataba de una operación especulativa: si compraba un título de 20.000 el millar pagándolo al poseedor, por ejemplo, con una devaluación del 20 %, el margen redundaba en beneficio del banquero. A través del consumo y las mudanzas conseguidos en adehala, los asentistas saneaban su cuenta de resultados canjeando títulos depreciados o de bajo interés por capital o por juros bien cotizados o de mejor rentabilidad».

jueves, 18 de agosto de 2016

La adquisición de la propiedad y de otros derechos reales: una usucapión singular

La colmena (Camilo José Cela)
 
«Don Ibrahim de Ostolaza y Borafull se encaró con el espejo, levantó la cabeza, se acarició la barba y exclamó:

—Señores académicos: No quisiera distraer vuestra atención más tiempo, etc., etc. (Sí, esto sale bordado… La cabeza en arrogante ademán… Hay que tener cuidado con los puños, a veces asoman demasiado, parece como si fueran a salir volando).

Don Ibrahim encendió la pipa y se puso a pasear por la habitación, para arriba y para abajo. Con una mano sobre el respaldo de la silla y con la otra con la pipa en alto, como el rollito que suelen tener los señores de las estatuas, continúo:

—¿Cómo admitir, como quiere el señor Clemente de Diego, que la usucapión sea el modo de adquirir derechos por el ejercicio de los mismos? Salta a la vista la escasa consistencia del argumento, señores académicos. Perdóneseme la insistencia y permítaseme que vuelva, una vez más, a mi ya vieja invocación a la lógica; nada, sin ella, es posible en el mundo de las ideas. (Aquí, seguramente, habrá murmuros de aprobación.) ¿No es evidente, ilustre senado, que para usar algo hay que poseerlo? En vuestros ojos adivino que pensáis que sí. (A lo mejor, uno del público dice en voz baja: “Evidente, evidente.”) Luego si para usar algo hay que poseerlo, podremos, volviendo la oración por pasiva, asegurar que nada puede ser usado sin una previa posesión.

Don Ibrahim adelantó un pie hacia las candilejas y acarició, con un gesto elegante, las solapas de su batín. Bien: de su frac. Después sonrió.

—Pues bien, señores académicos: así como para usar algo hay que poseerlo, para poseer algo hay que adquirirlo. Nada importa a título de qué; yo he dicho, tan sólo, que hay que adquirirlo, ya que nada, absolutamente nada, puede ser poseído sin una previa adquisición. (Quizá me interrumpan los aplausos. Conviene estar preparado.)»

La diferencia entre símbolo y signo: el rey y el emperador como jefes de Estado

Artículo 56, apartado 1, de la Constitución española

«El Rey es el Jefe del Estado, SÍMBOLO de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes».

Sputnik, mi amor (Haruki Murakami)

«—Pues sí. Tenía que decirte una cosa. Por eso llamo —contestó Sumire. Carraspeó ligeramente—. Vamos allá. ¿Cuál es la diferencia entre “signo” y “símbolo”?

Tuve una extraña sensación, como su una larga hilera de objetos indeterminados se cruzara por mi cabeza. —Podrías repetirme la pregunta?

Me la repitió.

—¿Cuál es la diferencia entre “signo” y “símbolo”?

Me incorporé en la cama y me pasé el auricular de la mano izquierda a la derecha.

—Es decir, que me has llamado porque quieres saber la diferencia entre “signo” y “símbolo”. Un domingo de madrugada antes del amanecer. ¡Vaya!

—A las cuatro y cuarto de la madrugada —dijo—. No me lo podía quitar de la cabeza. ¿Cuál debe ser la diferencia entre “signo” y “símbolo”? Alguien me lo pregunto hace días y lo había olvidado por completo, pero hoy, mientras me desnudaba para meterme en la cama, me ha venido a la cabeza. Y me ha desvelado. ¿Puedes explicármela tú? ¿La diferencia entre “signo” y “símbolo”?

—A ver —dije contemplando el techo. Explicarle a Sumire algo con lógica, incluso cando yo lo tenía clarísimo, no era tarea fácil—. El emperador es el símbolo de Japón. ¿De acuerdo?

—Pues más o menos —dijo ella.

—Nada de más o menos. Esto es lo que dice la Constitución japonesa —dije armándome de paciencia—. Podrás poner objeciones o tener dudas al respecto, pero si no lo tomas como un hecho, mi razonamiento no puede avanzar.

—De acuerdo. Lo acepto.

—Gracias. Repito: el emperador es el símbolo de Japón. Pero esto no significa que Japón y el emperador sean equivalentes. ¿Me sigues?

—No.

—Es decir, que la flecha apunta en una sola dirección. El emperador es el símbolo de Japón, pero Japón no es símbolo del emperador. ¿Lo entiendes, verdad?

—Creo que sí.

—Pero si, por ejemplo, pusiera: “El emperador es el signo de Japón”, ambos serían equivalentes. Es decir, que cuando nombráramos a Japón nos referiríamos al emperador, y cuando nombráramos al emperador nos referiríamos a Japón. Se puede añadir, incluso, que ambos serián intercambiables: a=b es lo mismo que b=a. En cuatro palabras, esto es lo que significa “signo”.

—O sea, que tú estás hablando de intercambiar el emperador con Japón. ¿Es posible eso?

—No es eso. No. —Sacudí enérgicamente la cabeza—. Sólo pretendía explicarte de manera fácil de entender la diferencia entre “símbolo” y “signo”. No tenía ninguna intención de intercambiar el emperador con Japón. Era sólo una forma de explicártelo.

—Hum —dijo Sumire—. Pero creo que lo he entendido. Como imagen. En fin, me parece que es una cuestión de sentido único o doble sentido, ¿no?

—Un especialista quizás te lo explicara con mayor exactitud. Pero definiéndolo de una manera simple viene a ser eso.

—Siempre me ha admirado lo bien que explicas las cosas».

martes, 16 de agosto de 2016

Falta de escrúpulos en las finanzas: las visiones de Murakami y de Dostoievski

Tokio blues. Norwegian Wood (Haruki Marukami)

“Interrogué a Nagasawa tras acostarme con tres o cuatro chicas. ¿No se sentía vacío tras haber hecho aquello setenta veces?

—Que te sientas vacío demuestra que eres un tío decente. Esto es algo positivo —dijo—. No ganas nada acostándote con desconocidas. Sólo consigues cansarte y odiarte a ti mismo. A mí también me pasa.

—¿Y por qué no dejas de hacerlo?

—Me cuesta explicarlo. Se parece a lo que Dostoievski escribió sobre el juego. Es decir, cuando a tu alrededor todo son oportunidades, es muy difícil pasar de largo sin aprovecharlas, ¿entiendes?

—Más o menos —afirmé.

—Se pone el sol. Las chicas salen, dan una vuelta, beben. Quieren algo, y yo puedo dárselo. Es algo tan sencillo como abrir el grifo y beber agua. Esto es lo que ellas esperan. Pues bien, las posibilidades están al alcance de mi mano. ¿Debo dejarlas escapar? Tengo el talento y las circunstancias idóneas para valerme de él. ¿Tengo que cerrar la boca y pasar de largo?

—No lo sé. Nunca me he encontrado en esta situación. Ni siquiera puedo imaginármelo —le dije riendo.

—Según como lo mires, es una suerte —repuso Nagasawa”.

miércoles, 10 de agosto de 2016

De mercaderes (y banqueros) a mecenas

(Jacques Le Goff, Mercaderes y banqueros de la Edad Media, 2ª ed., Alianza Editorial, Madrid, 2014, pág. 94)

“Pero esta evolución, acentuada y acelerada por la historia económica, no está relacionada con ella de un modo absoluto. Se trata de un movimiento natural que, en nuestra época, dirige al mercader del negocio hacia la propiedad inmobiliaria y terrateniente. En la juventud son los viajes; en la edad madura los negocios sedentarios; en la vejez un semirretiro en sus tierras. Más todavía que una cuestión de edad se trata de una cuestión generacional. El padre, creador de la empresa, aun en el caso de que ya en el inicio dispusiera de cierta fortuna, hace de ella su vida, a ella consagra su tiempo, sus problemas, su dinero. Los hijos o los nietos, criados en un ambiente desahogado que por su educación han recibido a la vez el gusto de la cultura y la sensibilidad por las cosas artísticas, dedican menos tiempo a los negocios y más a los gastos personales: placeres espirituales y placeres no tan nobles. Después de los que lo amasan, los que lo disfrutan. Después de los medievales que únicamente son mercaderes, los mercaderes-artistas. Modernamente Thomas Mann, en Los Buddenbrook, ha descrito esta evolución en el marco de una vieja ciudad de la Alemania hanseática, una evolución que fue frecuente en la Edad Media. Una célebre ilustración de ello la hallamos en la familia de los Medicis. Desde Cosme hasta Lorenzo, el dinero que destinan a financiar el Renacimiento florentino se echa en falta en los negocios de la firma familiar”.